No sigo horarios de forma rigurosa y soy (siempre con el beneplácito de mi Señor Esposo) de las que creen que los niños han de adaptarse a nosotros y nuestra vida igual que nosotros lo hacemos a la de ellos, y hasta ahora he de deciros que no nos ha ido nada mal.
Pero hay algo que, al menos en mi, es patológico y me temo que con difícil solución sin sufrimiento, me cuesta la vida soltarlas.
Soy muy protectora, más bien diría desconfiada o miedica, rayando la paranoia según algunos. Jamás las dejo bajar solas al jardín de mi urbanización, donde todos nos conocemos, donde hay una única puerta custodiada a todas horas por el portero de los porteros (éste sí que se merecería el Balón de Oro).
Me ha costado unos cuantos años dejarlas solas en cumpleaños de clase, y yo, abanderada de la mítica frase "Pero que barato es el Cole" confieso que la mayoría de los días me muero de pena al dejarlas allí y que si me lo permitieran las llevaría hasta su clase y las dejaría sentaditas en sus sillas cada mañana.
Con todo este panorama, las Fieras empiezan a entrar en una dinámica peligrosa para mi salud cardíaca y mental, una dinámica que por otra parte vuelve a estar impuesta bajo los criterios y normas de otros porque yo en mi vida he hecho fiestas de pijamas y no sufro ningún trauma al respecto.
Pues bien, mi Fiera Mediana, que aún no ha cumplido 6 años, ha dormido hoy por primera vez fuera de casa (no considero fuera de casa la casa de ambas abuelas, que para mi cuenta como la mía propia). Ni os cuento los días previos que he pasado.
Cuando nos propusieron la actividad me negué, vamos, a mí con esas! Ro no va, ni de chiste! Pero.... pero... pero... y más peros... ¿Qué hacía, le dejaba sin el súper planazo de su vida? ¿No me iba a fiar de que estuviese bien con sus profes que son absolutamente maravillosas?
Confiaba en que el resto de las madres fuesen al menos la mitad de "atacadas" que yo (afortunadamente para mi tranquilidad, alguna hay que me iguala e incluso me supera) y tener excusa para que se quedase en casa pero creo que a todas nos ha pasado lo mismo, la felicidad de nuestros cachorritos ha podido con todas las reticencias a pasar una noche sin ellos.
Por supuesto que ella ni lo dudó un segundo, quería ir a toda costa, y seguramente no se haya acordado de nosotros ni medio minuto, porque a juzgar por las fotos que nos han mandado sus Profes (éstas se merecen el Nobel de la Paz como poco) no tenían pinta de echar de menos a Mamá ninguno.
Esto me lleva a pensar que, quizás debería empezar a plantearme (sólo empezar, ojo!) que poco a poco tendré que ir "soltando amarras" pese a que mi pobre corazoncito sufra lo que no está escrito.
Antes de que pestañeemos tendremos la adolescencia encima y entonces quien creo que morirá será el padre de las criaturas.
Os dejo que, en breve, tendré que ir a buscar a "La Hija Pródiga". Muero de ganas de achucharla.
¡Feliz día Mamágicas!
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