Si en el último post os contaba lo increíblemente terapéutico
que puede resultar un café en buena compañía, ni os cuento una cena improvisada con ese
grupo de amigas que, por cuestiones logísticas más que nada, ves mucho menos de
lo que quisieras.
Hace tiempo que decidimos que al menos dos o tres veces por
año teníamos que cenar las cuatro juntas, sin maridos, niños (entre las cuatro
sumamos once criaturas en casa) ni agobios y lo bueno es que nos ponemos de
acuerdo rápido, todas hacemos un esfuerzo por quedar porque realmente lo
estamos deseando.
La tarde que tengo cena para mi es una auténtica locura,
dejar todo listo, deberes, baños, cena preparada justo para que mi marido
llegue, me dé el relevo y yo salga pitando. Acabo exhausta, pero merece la
pena, ya lo creo!
Hace años trabajamos juntas y aunque aquel vínculo laboral hace tiempo que
pasó a la historia, cimentamos una gran amistad que aún perdura, pese a lo
distintas que somos. Ejemplo claro de que en esta vida hay personas con las que
existe una conexión especial que supera toda clase de estereotipos.
Como nos vemos poco, las cenas son intensas, intensísimas.
No callamos ni un momento, hablamos atropelladas y las tres o cuatro horas que
estamos juntas se nos pasan volando.
Pese a que nuestras “puestas al día” no siempre portan
excelentes noticias, esos momentos son una auténtica delicia y de ellos siempre
salgo con las pilas cargadas.
Como colofón os diré que cenamos en “La Divina”, una terraza acristalada, monísima y súper acogedora
que hay frente a nuestra antigua oficina, Lateral de Castellana 134, aunque
para nosotras, lo de menos es el sitio y la cena.
¡¡Chicas, tenemos que vernos más!!! (frase con la que
acabamos siempre nuestras cenas)
Feliz inicio de semana Mamágicas.